El Dunière fluye por un pequeño valle cerca de Saint Pal de Mons. En Laval, es frío y claro. También es más ancho y abierto, recién salido de las gargantas de las "Portes du Diable".
Los días más felices de mi vida
Los días más felices de mi vida los pasé aquí. Fue entre 1968 y 1972. El valle estaba desocupado y yo era el único habitante. Aprendiz de pintor y amante de la naturaleza, me hacía llamar hippy. La gente de bien, ya saben "aquellos a los que no les gusta que nadie tome un camino diferente al suyo", me consideraban un tipo raro y un poco inconformista.
De Pont de la Vache a Vaubarlet, la ruta de Dunière era como tierra de nadie. Alquilé una casa pequeña e incómoda por 500 francos al año. Lejos de la civilización, pasaba los días dibujando y caminando incansablemente por las orillas del río al amparo de una antigua capilla románica. Fue aquí donde pesqué mi primera trucha a mosca seca.

Y en medio fluye un río
Algunas noches de verano, colocaba los altavoces del equipo de alta fidelidad en el alféizar de la ventana del piso de arriba. Seleccionaba los mejores temas de Pink Floyd o Amon Düül II de mis LP y los apilaba en el tocadiscos. Subía el volumen y, con un cigarrillo de mala calidad en la punta de los labios, emprendía mi aventura cinematográfica, en escenarios naturales y en pantalla gigante.
Al pie de la capilla de Saint-Julien-la-Tourette, sólo para mí y como anticipo, tenía lugar "Et au milieu coule une rivière". En este marco grandioso, bajé al río en vaqueros y leggings. Hasta el anochecer, con el agua hasta las rodillas, estuve atenta al más mínimo engullimiento al son de una música psicodélica.

Hoy, con cincuenta años de retraso, pido disculpas a los animales del bosque que se habrán preguntado por el origen de esta curiosa intrusión sonora. Pero se trataba de algo puntual. Y entonces, ¿quién sabe? Tal vez sintieron el mismo placer que yo cuando, al anochecer, oyeron los coros de "Atom Heart Mother" mezclarse con el canto del cárabo y resonar en la bruma del bosque que envolvía el valle.